Abres los ojos y miras la hora. No suena el despertador, hace años que dejó de sonar. Suficientemente tarde para levantarse, a pesar que las calles siguen sin estar puestas. Lo haces como un autómata siguiendo la rutina de siempre; lavarse la cara, encender la máquina del café y prepararse el mismo desayuno de los últimos 3 meses. Persona de costumbres. Te sientas, un día más, delante de la pantalla. Cucharada tras cucharada. Sin prestar atención. Café. Casi de un sorbo. No lo saboreas, ha dejado de ser un pequeño placer. Enciendes tu primer cigarro. Con él llegan todas las promesas de éste y no más. Lavarse los dientes, eso sí. Sigues tecleando con música de fondo a la que ya no prestas atención. Se desvanecen las promesas cuando los recuerdos empiezan a llamarte un par de horas más tarde. Uno más, ¡qué más dará! Sigues como si fueras un robot programado para llevar a cabo todas las tareas de la checklist. No piensas a menos que se trate de algo banal, y si lo haces, apartas todo pensamiento de ti. Huyes de ellos. Qué bien se te dió siempre huir, ¿verdad? Quizás por ello te aficionaste tanto a correr; llevabas años siendo experto y tú sin saberlo. Cuadriculadamente a las 14:00 en punto, ni un minuto más, ni un minuto menos, preparas cualquier cosa para llenar tu estómago. Sigues trabajando mientras rezas para que pasen las horas y llegue la noche. Y con éste el bendito momento de meterse en la cama. Por fin puedes dejar de pensar sin hacer esfuerzo alguno. Por fin llega el momento de darse una tregua.
Desconectar(se).
Apagar(se).
Desenchufar(se).
Extrañamente te duermes en tiempo récord.
Y hasta mañana.
Uno más.
Uno menos.