#DRAMAS

DE ATAQUES DE PÁNICO (II)

Mi primera vez fue en una Biblioteca. Martes al mediodía, principios de enero, un frío digno de Siberia (ok, quizá no tanto) y los finales del primer semestre de tercero de carrera a la vuelta de la esquina. 

Puedo ponerte aún más en contexto. Estaba estudiando una asignatura llamada Trastornos de la conducta (la cual fue la primera y única asignatura que he suspendido en toda mi vida y de la que hice unos apuntes dignos de museo). Básicamente consistía en aprenderse todos, ABSOLUTAMENTE TODOS, los trastornos junto con sus criterios, prevalencias y blablabla. ¿Interesante? Sí.
¿Jodida? También. 
Unos días antes, concretamente dos días antes de Reyes, me habían dejado en la puerta de mi biblioteca de referencia (a la cual me negué a ir durante dos meses, hasta que una amiga me hizo una intervención porque eso no podía seguir así). 
Puedes imaginarte anímicamente cómo estaba. Llorando por las esquinas y preguntándome cómo iba a salir de esa. (En esa época aún era miss Dramas). 
Ahí estaba yo, ese martes al mediodía, estudiando a saber qué trastorno cuándo empecé a sentirme un poco débil. Levanté la cabeza de los apuntes y me sentí muy mareada.  Pensé en ir al baño a refrescarme pero fui incapaz de levantarme. Total que pensé: «cierra los ojos unos minutitos mientras apoyas tu cabeza sobre tus brazos en la mesa. Ya verás como en nada se te pasa.» 
Lo siguiente que recuerdo fue pensar: ay, me he dormido. Cuando abrí los ojos estaba en el suelo tumbada con un montón de gente a mi alrededor mientras me ventaban. Ataque de pánico número 1. 

El número 2 ya lo he contado aquí.
 
El número 3 fue justo al volver de viaje por Tailandia. Fue pisar mi casa y empezar a tener ciertos problemas intestinales. Básicamente mi cuerpo no retenía absolutamente nada. Sin embargo, durante los dos primeros días, no me preocupé. Llevaba dos semanas sin pisar un baño en condiciones, el efecto contrario debía ser algo normal. (Lo es). Pero al tercer día empecé a preocuparme. ¿Y si había cogido algo grave?

Miércoles a las 22h, móvil en mano, investigando en google. Entre todas las opciones, decidí quedarme con la de: infección por un virus raro (ella sencilla). Decidí que iría a urgencias al día siguiente pero que mejor iba ya a la cama. Me levanté para ir a buscar un vaso de agua, empecé a marearme, vista en negro y me senté en medio del pasillo. Ahí me quedé desmayada hasta que me desperté.
A todo esto, mi compañero de piso estaba en el salón a menos de 10 pasos en una cita con una chica a la que no le caía demasiado bien creo. Preferí levantarme e ir directa a la cama. 

¿Diagnóstico? Nada, síntoma típico del viajero. Dieta blanda, mucho suero y ándale.


La cuarta y última vez, fue la que me hizo pensar que había algo raro ahí. Viernes por la tarde, tan feliz y tranquila de compras antes de ir a yoga, decido que voy a ir a tomarme la tensión. En la última analítica me dijeron que la tenía baja y que debía controlarla. Voy a una farmacia, me sientan y me ponen el aparato. Nada. No daba tensión. Diez minutos de intentos más tarde, decidí dejarlo, no sin antes haber elaborado en mi mente un desastre sin igual. «Dios mio, me estoy muriendo, no me da tensión, tengo algo, oh, qué voy a hacer? Voy al médico? Voy a urgencias?»
Me levanto para irme y veo que me voy a caer redonda. Total que me acerqué al mostrador y les dije: mira que me estoy mareando. Me sentaron en una silla y me desmayé. 

Después de esa sentí que no era normal y me dí cuenta que había un patrón en todos mis desmayos. Seguramente porque ya sabía de que iban los ataques de pánico (psicóloga MODO ON) empecé a atar cabos, busqué información al respecto y lo consulté.

Y aunque me diagnostiqué yo solita, decidí corroborar mis pesquias de forma profesional. A ver si te vas a pensar tú que voy a fiarme de mi misma en temas de salud.