Hay veces en que las cosas se terminan porque siguen (o seguimos) el curso natural de los acontecimientos.
Sin saber cómo, empiezas a ver el final y que estás cerrando o te estás preparando para cerrar un capítulo de tu vida. Hay capítulos difíciles de cerrar y otros que coges la directa y ni tan siquiera (quieres) echar la vista atrás.
Esta vez, sabiendo que en menos de un año me mudaré, estoy ante una de esas etapas de la que me va a costar despedirme.
Llevo ya más de seis años aquí; considerando este piso mi hogar y, aunque a veces siga siendo un desastre, es mi desastre particular. Y evidentemente ya no es solo el espacio, sinó también cómo y con quién compartes ese espacio.
Han sucedido muchas cosas. Tanto entre estas cuatro paredes como en el tiempo que llevo aquí metida. Y he sido feliz. Muy feliz.
Cuando algo te hace feliz, dejarlo es una tarea complicada. Una parte de ti no quiere hacerlo y se resiste a aceptar que toca dar un paso hacía delante. Otra sabe que ha llegado el momento y que hay que avanzar. Empezar un poco de 0, con otras normas, otras circunstancias y de una forma distinta.
Pero saber que algo termina y ver como, poquito a poco, va apagándose da pena. Es una mezcla entre la ilusión y la tristeza.
No obstante, siempre he creído que las cosas hay que dejarlas antes de que se marchiten solas.
Para que se queden ancladas como las mejores experiencias de tu vida.
Y al fin y al cabo, esto han sido todos estos años compartiendo piso.
Que nos quiten lo bailao.