A veces soy un poco desastre. Lo sé, lo admito y ya me disculpo por adelantado. Y, en ocasiones, por culpa de ello, me pasan cosas tan random como que alguien te de una gran noticia y tú, en lugar de actuar como una persona amiga normal y celebrarlo, hagas como si eso no fuera contigo.
Pongámonos en situación.
Verano del 2019 (cuando el COVID no amenazaba nuestras vidas). Era una calurosa mañana de miércoles de finales de agosto y yo me había escapado a la playa a pasar un par de horas con mis amigas. Estuvimos hablando, teorizando sobre la vida, cotilleando y burchándonos un poquito unas a otras. Una de mis amigas, la protagonista de esta historia, se iba a hacer la manicura semipermanente y como amiga más presumida del grupo, hice todas las preguntas, comentarios y reflexiones que el tema me permitió (probablemente más de los que puedas imaginar).
La despedida fue literalmente: envíanos una foto cuándo te las hayas hecho para verlas (y para decidir si el lugar en cuestión las hace como Dios manda y no como ciertas cadenas cuyo trabajo es un poco precario).
Hasta aquí todo normal. Un poco superficial el asunto, pero todo normal. A veces tenemos conversaciones más banales, somos humanas.
Al día siguiente recibimos un WhatsApp a media mañana con una foto de mi niña con la mano en alto, de frente y dónde CLARAMENTE se veían sus uñas pintadas. De lejos, eso sí. Más que su mano, la veías a ella requetemonísima posando.
Tal como abrí el WhatsApp y ví la foto pensé: mira qué mona, luego el digo que las uñas le han quedado divinas.
De cuatro componentes que tiene ese grupo de WhatsApp, una se había excedido un tanto con su euforía respecto a las uñas incluyendo emoticonos de botellas de cava y felicitaciones en mayúsculas. Qué emocionada que está la chiquilla. Y seguí trabajando.
A todo esto, me olvidé de responder nada durante todo el día.
A la siguiente mañana recibí un WhatsApp de mi amiga preguntándome si estaba bien y transmitiéndome su preocupación por mi bienestar. Suelo responder los WhatsApp de mis amigas pero tampoco era la primera vez que se me pasaba alguno. No era tan raro.
La tranquilicé diciéndole que sí, solo estaba hasta arriba de trabajo y su respuesta fue: ah, es que me ha extrañado que no me hayas dicho nada. Pensaba que quizás te había pasado algo grave o así.
Llegados a este punto, no entendía nada, pero a pesar de todo no se me olvidó el comentario imprescindible en ese momento: las uñas te han quedado ideales, me encanta el color.
Y entonces llega el mensaje: creo que no lo has entendido. ¿Qué diantre me había perdido? Ahí había algun capítulo que yo no había visto y no sabía exactamente cuál era.
Entonces nos entra un nuevo mensaje por el grupo: Chicas, creo que no se ha entendido bien. (Por no decirnos: niñas, sois un poco cortas)
Y otra foto.
Esta vez la foto era de su mano de cerca y OBVIAMENTE lo importante no eran las uñas, que no eran semipermanentes ya que estamos. Lo importante era el anillo de pedida que llevaba. DIOS MIO. He estado 24h sin saber que una de mis mejores amigas, y la que me había prometido la gran boda, se casaba.
En ese momentó entendí el WhatsApp que luego me explicó; se suponía que yo era la que iba a saltar más y mejor de emoción por esa boda en la que tantísimas veces habíamos soñado. Y no dije absolutamente hasta 24h más tarde. Obviamente la siguiente vez que nos vimos me tiré a sus brazos en medio de la calle saltando y gritando «que te casas, que te casas, que emoción«. Pero nadie me quita ese desastre tan monumental.
A mi favor debo decir que de no fui la única que no lo entendió.
En los próximos anuncios de bodas mediante foto:
1. No me habléis de uñas antes. GRACIAS.
2. Quiero una foto dónde se vea CLARAMENTE el anillo y la mano. Tú, monísima de la muerte, de lejos, con la mano en alto, no me sirve.