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DE LA INCOMODIDAD

Aprender a vivir con la incomodidad.

Creo que es una de las lecciones que me están dando mis sesiones de yoga. Quizá la idea más bella sería aprender a sentirse cómodo dentro de la incomodidad. Puede parecer una locura (¿Quién en su sano juicio quiere sentirse incómodo?) pero cuando entras en el mood, empiezas a entenderlo.

A nivel práctico en el mat de yoga (estamos de acuerdo que mat suena mil veces mejor que esterilla, ¿verdad?) significa que hay posturas en las que no te encuentras cómodo y que, si fuera por ti, desharías al cabo de dos míseros segundos antes de haber hecho una sola respiración completa.

Es una situación muy común, especialmente cuando empiezas. El famoso perro hacía abajo puede ser un verdadero drama algunos días. Palabra.

En este punto puedes hacer dos cosas: decir basta ya o aguantarte y respirar lo más profundamente que puedas. Lo ideal, evidentemente, es aguantar un poco porque es ahí dónde empiezas a mejorar realmente.

Juraría que es un poco como una metáfora para la vida misma. No siempre todo es cómodo, bonito y feliz (por mucho que lo diga Mr Wonderful). A veces, debemos vivir momentos más turbulentos y no podemos negarlos. No podemos cerrar los ojos, decir «no los vivo» e irse y punto. Ok, por poder, podemos. Pero creo que no va de eso. No podemos vivir en una huida constante. Cuando una situación es incómoda, hay que aprender a vivirla también y es nuestra responsabilidad la forma de afrontarla.

Precisamente esto es lo que está en nuestras manos: cómo nos mostramos y cómo actuamos ante algo, y especialmente ante algo que nos juega en contra.

Sin embargo, estoy hablando de incomodidad, no de dolor. Si una postura te duele o si la incomodidad se vuelve dolorosa, sí debes dejarla inmediatamete. Al fin y al cabo, el objetivo del yoga y de la vida, nunca es lesionarnos sino fluir y disfrutar.

Es incómodo saber que debes tomar decisiones, cerrar un capítulo o llámalo X (inserte aquí lo que le plazca, todos tenemos historias pendientes o mal gestionadas. Y quién diga que no, que tire la primera piedra). No obstante, al fin y al cabo, si no lo cierra, termina por doler.

Lo que en un principio era un run run y algo que chirriaba, acaba siendo un nudo gigante que te come por dentro.
Y no nos engañemos, por mucho que huyamos, siempre vuelve a aparecer como un recordatorio de lo que no fuimos capaces de hacer.