Hoy me apetecía escribirte. Lo hago así porque en tu cancha sigue la decisión de querer volver a saber de mi. Y jamás voy a dejar de respetar eso.
No me preguntes por qué me he puesto a releer todos nuestros emails. Quizá porque he visto que has vuelto a tu querida Argentina, he pensado que ya debes estar juntándote con los tuyos y he querido recordar todas las historias que me contaste de tu infancia.
Al principio eran prácticamente diarios. Los mails quiero decir. ¿Dónde se fue esa capacidad para juntar tantas palabras en un solo día? Nos contábamos todo lo que se nos pasaba por la cabeza, dejando ir, soltando, con la adrenalida y el miedo de quizá contar demasiado y que el otro se asustase.
Probablemente, a medida que pasaban las semanas y dejé de tomármelo como un ritual diario, mis emails empezaron a ser algo más impersonales y banales. ¿Aún estoy a tiempo de disculparme por ello?
Eras la historia casi perfecta en realidad. Todo empezó por un mail lanzado al aire, un poco kamikaze, justo en el momento en que yo decidía que no quería seguir jugando al juego de las citas. Podría ser la trama de cualquier comedia romántica; ella decide rendirse y aparece un email que le devuelve la esperanza y le llega el amor. Y comieron perdices y fueron felices para siempre.
Ahora en serio, ¿alguien capaz de escribirme un email al día sin la necesidad de interactuar por mensajería instantánea? Probablemente el mérito era leerte cada uno de mis emails que cortos jamás fueron.
Parecías la pieza perfecta porque, a pesar de todos los defectos que soltaba día tras día y de contarte mis peores versiones, querías seguir ahí. Creo que, al fin y al cabo, solo eran pruebas. Algo así como: ¿también serías capaz de soportar eso? Y tu respuesta siempre era un sí.
Aunque yo pusiera una pared entre los dos, tu seguías intentándolo. Comprendo bien esa imposibilidad de solter lo que parece ser un no, pero espero haberte dado los mínimos y que nunca tuvieras que sentir que mendigabas mi interés.
Como bien dijiste en tu último email, yo también lo intentaba. Te juro que lo intenté hasta que vi que no podía dar más de mi. Quería que funcionara, quería poder sentir todo lo que creía que debía. Quería que fueras TÚ porque, si alguien está dispuesto a apostar tan fuerte, ¿en qué cabeza entra no intentarlo?
Pero la vida nunca funciona así. Y, te juro, que aún me cuesta entenderlo me encuentre en el lado que me encuentre.
Al final, nuestra historia me permitió dar yo el paso que jamás me atrevía a dar y afrontar lo que los dos sabíamos. Y me demostró (aunque parece que no me lo tomé muy enserio) que necesitaba un verdadero respiro para mi. No estaba y sigo sin estar preparada. Aunque eso lo he terminado de entender a estas alturas.
No obstante, que el final no emborrone el resto: fue realmente bonito. Te guardo un inmenso cariño, no solo por los momentos que me regalaste, sino por ser capaz de mirar(me) como lo hiciste.
Argentino, te deseo lo mejor. Espero que estés encontrando tu camino y que disfrutes de la vida.
Si hay alguien aquí que se merece lo mejor, ese eres tú.