A veces parece que la vida se nos vaya a terminar.
Es extraño.
Echo la vista atrás, al pasado, nostálgica y empiezo a temblar. Veo cómo y cuánto hemos cambiado y me asusta. Todo ha ido tan deprisa.. parece que he vivido lo más brillante, que he quemado las grandes etapas, que ya he cogido o he dejado escapar todos los trenes.
Nos recuerdo tan idealistas, tan liberales, con todas aquellas batallas que queríamos pelear, cómo pensábamos cambiar el mundo y… bueno, ya no somos esos. Tampoco hemos hecho exactamente aquello que esperábamos. Y todos esos sueños han quedado olvidados en un cajón.
A ratos parece que no vayamos a vivir nada tan excitante, que del fuego solo quedan cenizas y que ya no hay vuelcos de 180º en nuestras vidas. Que todo queda en el pasado.
Siento que hemos crecido demasiado deprisa, que el tiempo se ha diluido y aún no entiendo cómo ni cuándo. En un abrir y cerrar de ojos.
Pero, al final, no es más que uno de esos pensamientos imprudentes que se cuelan una tarde tonta de domingo y que se desvanece justo a la mañana siguiente. Cuando me doy cuenta que solo tengo veintinueve y que aún nos queda mucho por descubrir, por ver y por sentir.
Que aún puedo enamorarme del mundo un millón de veces más.