Hay días en que echaría a correr como alma que lleva al diablo sin mirar atrás.
No tengo ni idea de hacia dónde, simplemente dejaría que mis pies marcaran el camino y me dejaran sin aliento en cualquier otra parte.
A ratos, aún me cuesta aceptar que está bien tener días no tan buenos y dejarse llevar por lo que una sienta. Sin saber exactamente por qué ni qué pena se ha instalado dentro de mi. Por una vez, mi mente está en silencio y es mi cuerpo quién me obliga a parar y a revisar cómo me siento. Es él quién me está susurrando que algo no funciona hoy, a través de una especie de nudo que tengo en el pecho.
¿Cómo se desenredan los nudos?
Soy experta en coleccionarlos; llevo meses con uno instalado en el estómago que, cada vez que medito (un par de veces al día, no fuera a ser), me recuerda que sigue ahí aunque no me de cuenta.
Cuando el cuerpo siente, algo quiere decirnos. Esto lo estoy aprendiendo ahora y sigo sin tener muy claro cuál es la fórmula mágica (o no tan mágica) para desenredarlo.
Hace unos meses habría usado la palabra extirpar, arrancar o cualquier otro sinónimo que fuera a decir lo mismo «eliminarlo y cuanto más rapidito mejor«. Sin embargo, creo que esa no es la solución.
Probablemente debo intentar comprender de dónde sale ese nudo y dejar que grite, llore, cante o haga lo que necesite. Que se exprese ,lo más agustito que pueda, vamos.
Aquí estaré yo para, una vez más, aceptar lo que deba venir.
Y aunque sigo queriendo huir (y cuanto más lejos mejor), es momento de quedarse quietecita y no empezar a quemarlo todo a diestro y siniestro.