Lo efímero tiene algo fascinante que soy incapaz de expresar.
Saber que algo termina, lo envuelve de un halo mágico (casi sobrenatural) que lo hace más especial. Tengo uan especie de atracción fatal hacia todo lo que es efímero y sé que durará menos de lo que me gustaría y yo misma lo haría durar.
He tenido muchas experiencias efímeras de muchos tipos a lo largo de mi vida y creo que todas y cada una de ellas me han hecho sumamente feliz. Cuando sabes que algo termina, lo vives mucho más intensamente. Es ahora o nunca y, por narices, hay que estar presente si no quieres perderte nada.
Presencia. Eso es lo que consigue de mi todo aquello que es efímero; que me concentre con tanta fuerza en el momento y en lo que tengo delante de mis ojos y entre mis manos. Todo lo demás, deja de existir y el mundo deja de girar para mi. Simplemente estoy. Dejo aflorar todas mis emociones, me permito sentir todo cuanto sea necesario, pero sobre todo, me permito SER.
Lo que consigo es que esas experiencias se vuelvan memorables y queden almacenadas en algún rincón bajo el cartel de: Momentazos felices (esa maldita manía mía de ponerle nombre y categoría a absolutamente todo)
Probablemente, muchos de ellos no serían tan buenos si no hubieran sido fugaces. Sin embargo, lo que cuenta es con lo que me quedo yo y lo bueno que fue vivirlo.
Eso sí, me gusta lo efímero cuando sé que lo es; cuando tengo claro que dónde está el final y lo acepto, desde un principio.
Todo lo demás… ya es otra historia.