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DE TRAYECTOS EN METRO

Es martes y hace frío. Parece que últimamente el tiempo no nos da tregua y que no quiera que olvidemos el invierno. Diría que nos está haciendo pagar todos los marzos pasados en que mayeó.
Es tercer martes de mes, quince de mayo. Son las siete y media de la tarde y estoy sentada en el metro.

Delante mio hay una mujer que mira el móvil atentamente. Descarto que esté hablando por whats app, ya que no desliza frenéticamente sus dedos encima de la pantalla. Diría que lee un artículo que debe haber encontrado por facebook, está dentro de la edad media de usuarios de facebook. Aunque quizás es una noticia de algún diario. ¿La Vanguardia? ¿El periódico? Si tuviese que hacer alguna predicción, me decantaría por el Ara, llámalo intuición, llámalo X.

A mi lado hay una chica rubia con gafas violetas que lee un cómic. No entiendo mucho (por no decir absolutamente nada) de cómics, por lo tanto no tengo ni pajolera idea de qué debe tratar. Tengo curiosidad, eso sí. Hace unos años te hubiera categorizado leer cómics como algo extraño o freak que solo hace cierto tipo de gente pero, ¿quién soy yo para juzgarlo? ¿quién decide que es lo normal o raro? Es más, tendríamos que observarnos en la soledad de nuestra intimidad, veríamos qué sorpresas nos llevaríamos.

La mujer sentada delante de mí guarda el móvil. Debe estar a punto de bajar. Sí, se levanta y se para delante de la puerta. Ha bajado. En su lugar se ha sentado una mujer mayor con una chaquetilla azul marino.

Sé que en el vagón me acompaña una chica que debe tener entre 20 y 30 años, a quien no veo pero puedo escuchar. Habla por teléfono, en un tono bastante elevado. Tiene una voz peculiar. Silencio. Parece que la conversación ha terminado.

Hay un chico de pie, apoyado en la pared con mirada distraída. Va vestido con un chándal y escucha música. Jamás entenderé porqué está permitido usarlos fuera de un gimnasio si son horrorosos (consecuencias de ir un colegio con demasiadas normas respecto al vestuario). En este instante comprueba si lleva las llaves de casa. Lo sé porque yo lo hago constantemente eso de palparse los bolsillos, por si aún están ahí y no las he perdido por el camino que, conociéndome, podría ser (aún no sé gracias a que santo, aún no me ha sucedido).

La chica no ha dejado de hablar por teléfono. Debía estar escuchando a su interlocutor ya que ahora ríe y responde con monosílabos. Suena contenta. Probablemente es una chica fácil de tratar, o como mínimo, su voz me da esa sensación.

Se ha vaciado el metro. Hay estaciones con muchísima más vida que otras que parecen paradas fantasma puestas por poner. La chica de mi lado sigue enfrascada en su cómic (ojalá no me hubiese dejado mi libro en casa; Cumbres Borrascosas me está gustando). Quizás bajaremos en la misma parada, dado que estamos a cuatro de llegar al final.

La chica del móvil ya ha colgado. Justo acaba de pasar por delante de mí dispuesta a bajar. Parece extrovertida y alegre. Sí, la clase de persona con quién debe ser fácil entablar una conversación.

También veo a una chica que tiene aspecto de cansada. Me gusta su cazadora negra desgastada y sus deportivas (tengo la manía de fijarme en los zapatos de cualquiera que se cruce por delante). Parece pensativa, como si estuviera dándole vueltas a algo. Mira a la nada mientras apoya su cabeza en la barra y se coge a ella. A su lado un chico repasa apuntes. Debe tener exámenes pronto. Mayo suele ser sinónimo de final de curso. ¿Una ingeniería? ¿Derecho? ¿Economía? Debe estar contando los días que le quedan para empezar las ansiadas vacaciones. (¡Quién fuese universitario de nuevo!)

Han pasado diez minutos. Nadie sube en esta parada y parece, por lo desierta que está la estación, que tampoco ha bajado nadie.

La próxima es la mía.