#DRAMAS

UN SAN JUAN SIN PLAYA

Un San Juan sin playa.

16:23 del domingo 24 de junio. Ando sentada en un AVE dirección Barcelona. Mi Barcelona. Llena de turistas, con los alquieres por las nubes y un bar cuki en cada esquina. Por suerte, estoy sentada en ventanilla, que siempre parece que tienes más sitio para desperdigar tus bártulos aquí y allá. Y otra cosa no, pero «por si acasos» los que quieras. Nunca sabes cuál va a ser el nivel de aburrimiento (soy de esa clase de criaturas incapaces de estar tres horas sentada en el mismo lugar y a quién enchufaban tilas en vena de pequeña – a ver si me calmaba)

Vuelvo de Madrid.

Yo, la persona cuyo primer y único amor es el Mar y que considero la playa como mi segunda residencia, he pasado un San Juan en Madrid. Sin playa. Irónico y, hasta cierto punto, cruel.

Un San Juan sin playa a 36º en asfalto y sin esa brisa marina que nos da cierta tregua ante las altas temperaturas.
Se tiene que estar un poco loco para echar la noche más corta del año en una ciudad sin mar.
Se tiene que estar poco cuerdo para pasar un San Juan sin playa.

San Juan siempre ha sido sinónimo de luces, hogueras, fuegos artificiales y el sonido de los petardos.
De olor a mar.
De conicertos en la playa.
De mojitos.
De sombreros de paja patrocinados por cualquier marca de cerveza, alcohol o lo que sea. ¿Qué más da?
De noches que se alargan hasta primera hora de la mañana.
De volver a casa de día.
De que te sientas un poco como en un anuncio de Estrella Damm y creas que ese va a ser el verano de tu vida (nada más lejos de la realidad).
San Juan es y será el pistoletazo de salida del verano.

Y yo en Madrid.

Madrid tiene un noséqué, un nosécuántos y un nosécómo que está empezando a ganarle el pulso a Barcelona. No me he ido de Madrid y ya quiero volver. Cada vez que vuelvo de Madrid me siento un poco más vacia, como si me dejara algo ahí, como si una parte de mi se quedará esperando a que vuelva. (Los verbos ir y volver, así como llevar y traer, son un gran qué. Los coloco mal, lo sé, pero no me da la vida para más).

No sé si es su arquitectura, imponente, señorial y majestuosa. O su bullicio. O la vida que se respira cada esquina pero, cada vez vuelvo un poco más enamorada de Madrid (y empiezo a creer que… Houston tenemos un problema).
Solo hay una razón por la que Madrid jamás ganará el pulso a Barcelona.

Por mucho que nos pese, le falta el Mar.