Levantarse con la luz del día a primera hora de la mañana y abrir la persiana hasta arriba. Cielo despejado.
Calzarse las chanclas. En la costa son las reinas del asfalto.
Parada obligatoria en la cocina a encender la máquina de café. Abrir la nevera en busca del desayuno que tu estómago ya empieza a reclamar. Algo un poco dulce, sin excesos y frío. Muy frío. El café caliente por eso. Siempre, sea verano u invierno.
Salir a la terraza con el desayuno mientras enciendes el portátil. Echarle una ojeada al móvil y asustarse ante las 290 notificaciones que amenazan con hacer que explote el dispositivo (¿en qué estarías pensando al meterte en social media?).
Salir a la terraza con el desayuno mientras enciendes el portátil. Echarle una ojeada al móvil y asustarse ante las 290 notificaciones que amenazan con hacer que explote el dispositivo (¿en qué estarías pensando al meterte en social media?).
Empezar a trabajar mientras engulles el desayuno. Esfuerzos sobrehumanos para comer despacio. El café, como siempre, de un sorbo. Por muy en taza gigante que esté servido.
Trabajar del tirón, con segundo café incluído. En pijama obviamente, ¿para qué vamos a cambiar el outfit?
Parar cinco minutos para regar las malditas plantas que te has propuesto cuidar. Antes de los hijos, un perro y antes de éste, las plantas.
Parar cinco minutos para regar las malditas plantas que te has propuesto cuidar. Antes de los hijos, un perro y antes de éste, las plantas.
Ponerse el biquini, hacerse un moño de gitana y crema solar a tutiplen. Cojer los bártulos y llegar al paraiso en un minuto. Tirar la toalla. En la playa, obviamente. Tumbarse cual lagartija al sol con un buen libro que cambia cada dos o tres días. ¿De dónde sacaste la capacidad de leer dos libros por semana?
Que el tiempo vuele y ya sea hora de comer.
Que el tiempo vuele y ya sea hora de comer.
Volver, comer de tupper o hacer acto de presencia en casa. Siempre se come mejor ahí.
Echarse una siesta en la playa, de espaldas y con la brisa dándote tregua. Así, sí.
Echarse una siesta en la playa, de espaldas y con la brisa dándote tregua. Así, sí.
Despertarse sin saber donde estás, qué hora es o en qué día vives.
Es verano, ¿qué más da?
Es verano, ¿qué más da?
Una ducha para quitarse la sal, la arena y el olor a mar. Admirar tu bronceado al salir de la ducha, que todos sabemos que estamos 20 veces más morenos. Felicitarse mentalmente por el logro. Dejar que el pelo se sequé al aire.
Quitarse las chanclas y ponerse zapatos. Salir. Una caña con vistas al mar. Volver a meter los pies en la arena. ¿No tenéis nunca suficiente estos de la costa?
Jamás.
Que anochezca y, sin comerlo ni beberlo, llegue la hora de cenar. Compartir unas tapas, que ya sabes lo que dicen: compartir es vivir.
Tomarse una copa. Con un monólogo de fondo. Quizás un concierto. O puede que una película al aire libre. Con bombillas de colores que nos alumbren un poco, pero sin pasarse.
Y de telón de fondo, como siempre, nuestro mar.