He tenido dos grandes matchs en mi vida. O dos grandes primeras citas. O dos flechazos a primera cita. Llámalo como quieras.
Dos y no más.
Vamos a aclararlo. Obviamente no solo he tenido dos citas en mi vida, ni solo dos citas buenas.
De buenas he tenido bastantes. Lo típico que estás a gusto, la otra persona te atrae, hay cierto feeling y oye, ¿por qué no repetir?
En estos casos, simplemente no te planteas hasta cuándo ni hasta dónde. El tiempo ya dirá. Estas son las buenas porque es cuando realmente te apetece seguir conociendo a alguien. Cuando sumas cervezas tras cervezas y cenas y planes divertido.
Hay otras veces que, aunque me apetezca volver a ver a esa persona, soy plenamente consciente que esa historia tiene una fecha de caducidad. A veces es como los paquetes de arroz o legumbres que duran lo que no está escrito hasta que al cabo de dos años lo encuentras en el fondo de la despensa y oh, caducó. Es momento de tirarlo y comprar de más.
Otras es como los yogures, que puedes empezar a rebuscar por el súper y llevarte el que perece más tarde pero, quieras que no, no te va a durar mucho más de un mes máximo.
Evidentemente, hay casos en que ya sabes al minuto 10 que va a ser esa copa y no más. Que te vas a volver a casa , te vas a sentar en el sofá ante la atenta mirada de Mister A y su amigo , un poco achispada y les dirás que nada, fail, fuera. Te preguntarán por qué y les enumerarás todas las razones subjetivas y con poco sentido que se te pasen por la cabeza. Se echarán unas risas a tu costa y les dirás que te vas a la cama a llorar las penas. Y bon voyage.
Pero ha habido dos veces que no ha pasado nada de esto. Dos malditas veces en que he vuelto en un estado de borrachera permanente que dura hasta que el sujeto desaparece (gracias a dios, no en plan ghosting).
La primera era una jovenzuela de 21 años que aún creía en el amor y esas cosas. Siendo honesta, el flechazo no fue a primera vista. Básicamente porque estábamos en medio de la pista de baile de una discoteca y no veía tres en un burro. Nos dimos los facebooks y fue en la primera cerveza cuando caí de bruces y apoteósicamente en sus redes. Tanto que, por muy mal que me deje esto, llamé a una amiga a la una y pico de la madrugada y le dije: he tenido la mejor primera cita de mi vida. Jamás admití delante del sujeto en cuestión que el deslumbramiento fue tal y, supongo que a día de hoy sigue sin saberlo.
En la segunda ya he sido mucho más mayor, madura y tal y cual, y encima estaba de pleno en la fase de: no queremos historias raras, ni complicadas, ni nada que implique invertir energia (vamos, como ahora). Pero como la vida es graciosa, ¿no quieres agua? Pues venga, ¡diez tazas!
Tal fue el flechazo después de la primera cita (eso sí, la más larga del planeta) que declaré a todo aquel que quisiera escucharme que había conocido a mi futuro marido (la broma sigue a día de hoy porque no ha aparecido otro candidato a ocupar el lugar).
Yo, que me dedico a buscar las pegas desde el segundo 2, haciendo esas declaraciones. Que Dios me ampare, ¡quién me ha visto y quién me vio!
Debo confesar que lo primero que pensé del sujeto es que tenía un tic raro y que no me gustaba. Pero, se me pasó al segundo 10. Fue el GRAN MATCH (y lo jodido de esto es que luego es imposible no comparar y que cualquiera salga perdiendo)
Obviamente también fue el fail más grande de la historia.
Quizás por eso ni quiero ni tengo intención de implicarme con nadie más.
Me fastidia decirlo pero, me sumo al club del no querer querer.
Obviamente a menos que el muchacho venga con un anillo de tiffanys (en este caso aceptaríamos incluso una anilla de una lata de cocacola) y me pida que nos casemos mañana. Entonces y solo entonces, me trago mis palabras, borro este artículo y aquí no ha pasado nada.