Si hay una defensora acérrima del bendito horario europeo, esa soy yo.
Y efectivamente, si lo defiendo también lo sigo, por eso de predicar con el ejemplo. Especialmente de lunes a viernes.
Puestos a confesar, debo decir que no es algo que haya decidido de forma explícita, no obstante, dado que mi ritmo biológico se empeña en adoptarlo, no voy a ser yo quién le lleve la contraria.
Bien es cierto que he crecido escuchando a mi madre quejarse de los horarios de este país día sí, día también. Y que, evidentemente, cuando vivía en casa de mis padres solíamos seguirlo.
Y me he quedado con la copla.
De hecho, implementar el horario europeo fue una de mis grandes batallas perdidas en mi antigua oficina. No dí más por saco porque no me fue posible. Puedo ser muy pesada cuando quiero y, en ese caso, quería y mucho.
Cada dos por tres sacaba el tema a colición y expresaba mi inconformidad con el horario establecido (pero jamás coló). A día de hoy sigo sin entender porqué tenía que empezar a las 9 y salir a las 18:30 (en la teoría, osea que lo más pronto que cerraba el chiringuito era a las 19h) cuando podíamos adelantarlo. De hecho, creo que solo llegué a las 9 el día después de la cena de empresa por motivos evidentes, los demás días aterrizaba en la oficina a las 8:30, regalando muchas horas que nadie me pagó.
Los motivos por los cuáles el horario europeo era mil veces mejor son evidentes para mi:
- Si me levanto a las 6 de la mañana, ¿qué diantres hago durante tanto rato hasta las 9?
- Salir a las 19h de la tarde es deprimente, especialmente en invierno. Es de noche, hace frío y te vas a casa sin haber hecho nada de provecho ni de bueno.
- Relacionado con el punto anterior, casualmente todas las actividades extraescolares a las que te quieres apuntar empiezan a una hora incompatible.
- Me gusta mucho dormir mis 8 horas. Por lo que si echas cuentas, no me da la vida para tener vida después del trabajo y dormir mis horas.
Cuando me di cuenta que después de casi dos años mi lucha seguía sin ser tomada enserio, decidí emprender otra cruzada: la de la jornada intensiva en verano.
La jornada intensiva debería ser obligatória para todas aquellas personas que vivimos en países con un calor decente y aún más si vives al lado del mar. ¿Me explicas por qué tenía que desaprovechar los recursos e ir solo a la playa tres días por semana?
Esta batalla la ganamos a medias. Empezamos a tocar las narices en mayo y la implementaron en agosto (a dos semanas de coger vacaciones durante 21 días, #MandaNarices) y en una versión un poco de broma. Un despropósito.
Nuestra jornada intensiva consistió en distribuir las 40h semanales de otra forma para poder tener DOS tardes libres. Empezábamos a las 8:00, comíamos en media hora y salíamos a las 17:30 de lunes a miércoles y viernes y jueves a las 14:30. Menos es nada, sí. Pero el nivel de cutrez de esta medida fue aberrante (sobre todo si tienes en cuenta que el viernes ya salíamos antes).
Después nos quejamos de la poca productividad del personal pero ya me dirás tú cómo eres productivo si prácticamente vives en la oficina de enero a diciembre.
Ahora que ya no tengo oficina ni horarios, la vida me va mejor. Me levanto con las gallinas, empiezo a trabajar con las calles aún sin poner y me da la vida para hacer un poco lo que me da la bendita gana.
Y OBVIAMENTE en verano ya me encargo yo de pisar la playa, como mínimo, media horita al día.
Eso sí, el día que tenga que volver a una oficina va a empezar de nuevo el #DRAMA, ya me lo veo a venir.
PD: Acabo de recordar que sí gané una batalla horaria (BIEN POR MI), la de adelantar una hora los viernes; empezar a las 8h y salir a las 14h. Creo que fue un intentó para que callara un poco. Pero no funcionó, evidentemente. Seguí molestando hasta el último día de oficina, no fuera a ser.