Me gusta la rutina tranquila de vivir en un pueblo.
Bueno, seamos sinceros. Me gusta la rutina tranquila que me marco (porque me da la bendita gana) viviendo en mi pueblo (que en realidad es una ciudad) al lado del mar.
Para mi todo tiene un encanto especial. La verdad es que, como en todo, puedes hacer dos versiones de la película. La buena y la mala. Y yo, aunque no me guste el dulce, lo edulcoro todo un buen rato, me gusta creerme mi versión idílica y yo tan feliz.
Me gustan los domingos tranquilos. Levantarse pronto y hacer un desayuno de campeona o de reina o de lo que tú quieras. Con calma, leyendo algo o escribiendo o lo que sea.
Salir a correr y cruzarse con la gente del pueblo. Suelo salir a primera hora, sobre las 8h porque creo que no me encontraré a nadie, pero nada más lejos de la realidad.
Los vecinos ya están corriendo o paseando al lado del mar, los chiringuitos ya están en pie y los domingueros más madrugadores están tendiendo sus toallas en la playa. Sí, a las 8h de la mañana.
Ir a la biblioteca a buscar las próximas lecturas de playa rezando muy fuerte para que hayan renovado el catálogo que ya te sabes de memoria. Nunca hay suerte, por lo general y te arriesgas a ver si suena la flauta y esa sinópsis desganada esconde un tesoro.
En la biblioteca ya te conocen de tanto ir y, a veces te recomiendan algo o te enseñan las últimas novedades. Como cuando el chico al que le doy la brasa habitualmente me sacó el último Paul Auster a sabiendas que me gustaría. Así da gusto, oye.
Recorrerte los 3 o 4 supermercados de rigor para poner el check a toda tu lista de la compra semanal y que te saluden y pregunten qué tal.
Andar por tus calles, esas que te han visto crecer. Testigos de los paseos sin rumbo ni sentido, de los días en que ibas decidida y emocionada a cualquier cita, los que ibas a desgana, camino a exámenes, al trabajo y en todos los humores posibles.
Ir siempre a los mismos cuatro bares y que ya sepan qué vas a pedir. Y que te guarden los dos últimos botellines de Turia por si quieres repetir.
Ir a probar un nuevo restaurante cuándo lo abren y acabar haciendo una ruta para no repetir con demasiada frecuencia.
Las cosas buenas de estar en la zona de confort. Que vayas dónde vayas tú te sientes en casa.