Tengo tres grandes pasiones en mi vida.
Bueno, en realidad, tengo muchas pero hay tres que son sine qua non para mi. Algo así como: sin ti no puedo vivir. Vale, sí podría. Dejémoslo en un: sin ti no quiero vivir.
Cuando algo me gusta, me suele gustar mucho. Y encima, yo me recreo en ello y me repito una vez tras otra que me encanta y que de ahí no me saca nadie.
Mi primer amor que encabeza la lista es, sin lugar a dudas, el mar. Mi mar. Podría pasarme horas y horas hablando sobre el mar y otras tantas sentada mirándolo.
Me da paz, me da vida, me hace feliz. Muy feliz.
Generalmente, los que viven lejos del mar suelen decir que los de la costa no lo valoramos porque lo damos por sentado. Sé que hay muchos bastardos traidores que se ajustan a esta definición. Pero no es mi caso. Prometo solemnemente que unas 200 veces al año pienso en la suerte que tengo de poder ver el mar a diario. Lo miro y soy consciente que, por una santa vez en mi vida, a mi me ha tocado la lotería. No hay nada como un amanecer en la costa. O un atardecer. O unas cerves bien fresquitas. O una cena riquiña. O un buen libro. No hay nada como sentirse aún más pequeña ante tal inmesidad (creo que el mar es lo único que me pone de un romántico que no me aguanto ni yo).
En segundo lugar está el queso. Bendito el crack que descubrió el queso. Voy a estarle eternamente agradecida. Se dice que fue un nómada del Medio Oriente (puedes aumentar tu sabiduría y hacerte el guay en futuras citas, leyéndolo aquí). GRACIAS desconocido de hace tropecientos siglos (creo que el muchacho o la muchacha se merece una estatua en alguna parte para que los amantes del queso podamos adoararle, la verdad)
En mi última cena me metería entre pecho y espada una tabla de 800 quesos distintos sin dudarlo. Me gustan todos los tipos de quesos, no le hago ascos a ninguno, a ninguno. Debo reconocer que mis menos favoritos son los secos o muy curados, pero no hemos venido a renegar de nada. Dame queso y ya has ganado como un millón de puntos.
Y aunque hay infinitos restaurantes con tablas de queso como Dios manda, en Barcelona uno de mis sitios top del mundo para degustar este bendito manjar es La Cua Curta.
Y en tercer y último lugar estarían la cerveza y el vino. Vino blanco evidentemente y afrutado o dulce a poder ser. Aunque la gente insista en decir que el queso marida mejor con el vino tinto, debo decir que depende del tipo de queso. Pero me da igual, yo bebo vino blanco con lo que sea y me quedo más feliz que unas Pascuas.
Debo confesar que prefiero la cerveza al vino si no estoy cenando. Me apasiona la cerveza y aunque tengo mis favoritas, me bebo cualquier tipo de cerveza sin problemas. Mi máxima en esta vida es que no hay nada que no arregle una cerve bien fresquita.
Y evidentemente me encantan esos sitios decorados con buen gusto donde hay tropecientas cervezas artesanales que te cuestan medio riñon. Pero si me llevan a un bar cutre de chinos en el que te pongan un cuenco tamaño XXS de frutos secos, tan feliz (no es que tenga ningún problema en pedir que me lo rellenen 80 veces, la verdad). Me apasionan los frutos secos y las «tapas» gratis. Bueno vale, llamar tapa a eso es un sacrilegio, pero soy catalana y, como buena catalana, me encantan las cosas gratis (que por estos lares escasean que da gusto).
En resumidas cuentas, mi plan de vida ideal es una tabla de quesos acompañada de una copa de vino blanco al lado del mar. Para que luego digan que soy muy complicada… ¡si me conformo con muy poco!