El tiempo pasa volando. No te das cuenta y ya te has comido seis años de tu vida.
Hace seis años, tres jovenzuelos de veintipocos estaban sentados en el suelo de un piso vacio que acababan de alquilar con unas latas de cerveza. Hablaban de cómo iban a distribuir el salón, qué comprarían, qué pondrían dónde y de cómo organizarían sus vidas ahí metidos.
En ese momento, yo tenía mis dudas. Pensaba que aquello no iba a funcionar, éramos como el agua y el aceite, pero como soy un poco kamikaze, me lancé a la aventura. Y tan mal no debió salirme ya que con la broma, llevo seis años en el mismo lugar.
Puntualicemos. Seis FELICES años entre las mismas malditas cuatro paredes.
Eso de malditas es un punto a debatir, dado que no nos ponemos de acuerdo. Mi señor compañero de piso alega que tenemos un fantasma en casa llamado Casio. No es suficiente con tener un espíritu que encima tiene que tener nombre. Yo evidentemente no quiero ni que ese pensamiento cruce mi mente, menos que cristalice en ella. Por lo tanto, en nuestro piso no hay ningún ente superior y menos uno al que no le gusten los relojes (de aquí el nombre)
Ya no somos tres. Hace dos años perdimos a un integrante por el camino. Fue por amor, por lo tanto, aceptaremos pulpo como animal de compañía, dejaremos que lo viva y le desearemos lo mejor.
Los demás intentaremos sobrevivir como buenamente podamos. De momento lo que parece que está maldita es nuestra vida sentimental.
Vale, puntualizo. Sentimental hablando de enamorarse. Por lo demás podríamos decir que nos va bastante bien. Eso sí, nuestros #dramas hemos pasado, evidentemente.
(A estas alturas debo hacer una aclaración. Mi vida sentimental está maldita, mi señor compañero de piso está enamoradito perdido. El último soltero joya ha salido de mercado. )
Lo mejor de los dramas, líos e historias varias es sentarse a debatirlas en el sofá. Porque claro, después de seis años puedes comprender que prácticamente nos contamos todos los detalles de nuestra vida.
Sé que el mejor momento es cuando llego de una cita, siempre con algunas copas de más, y empiezo mi propio espectáculo.
Dicho espectaculo (que es mejor que cualquier película y que conste que no lo he dicho yo) consiste en sentarme en el sofá, poner mi mejor cara de circunstancias y relatar todo aquello que no me ha terminado de convencer del sujeto en cuestión. Elaboramos una ficha técnica basada en profesión, nombre, procedencia geográfica y otros detalles y luego pasamos a relatar la cita. Una vez terminada de relatarla y, sin dejar tiempo a que nadie añada nada, enumero todas y cada una de las razones por la que eso no puede funcionar. Cada razón es peor y tiene menos sentido que la anterior, evidentemente.
Y como cuando no voy 100% sobria me sale una vena graciosa brutal, amenizo cualquier velada que da gusto. Eso sí, con caidas, choques frontales contra la pared y torpezas varias incluidas.
(Una vez estaba sentada en una silla y me caí. Aún no sé cómo hice tal azaña, pero I did it!)
Este piso ha sido testigo de muchas cosas; la primera y quizás más importante: cómo nos convertíamos en una familia. Porque para mi esto es casa, ¿sabes? Casa de verdad, con todas las connotaciones emocionales que ello implica.
También nos ha visto crecer. Cambiar de trabajo. Perder amistades. Ganar otras. Tener citas a destajo. Cuestionarse moralmente situaciones. Follar más o menos según la temporada. Llorar (bueno aquí solo he llorado yo). Abrazarnos. Sumar cumples. Despedir a alguien con un beso sabiendo que no lo volverás a ver jamás. Días de resaca sin hacer nada. Tragarnos todas las temporadas de Masterchef. Desmayarse (eso también solo lo he hecho yo). Cumplir años y celebrarlo. Ganar ligas de futbol y perderlas. Y si de algo ha sido testigo este piso es de cómo y cuánto nos hemos reído.
Porque otra cosa no, pero reir, hemos reído un buen rato. En este punto alguien que yo me sé, me diría que eso es gracias a él y que el problema que tengo para no encontrar a ningún chico decente es que me creo que eso es lo normal y evidentemente que no; él es la expeción a esa regla.
Corramos un tupido velo.
Puedes comprovar que autoestma no nos falta en este piso.
Aquí aburrir, lo que se dice aburrirse, no nos aburrimos. Nos descuidamos y montamos un subalquiler patera en la habitación que nos sobra. Con desayunos, excursiones por el pueblo, sesiones de psicología y clases de ligar exprés incluídas.
Coger la directa e irme a compartir piso sin saber cómo saldría, ha sido una de las mejores decisiones de mi vida. Aunque no fuera como me lo imaginaba.
Pero esa es la magia, ¿no?
Cuando lo inesperado supera, con creces, lo esperado.