Creo que siempre he tenido la manía de etiquetar cualquier cosa. Me gusta organizar todo lo que puedo y, de paso, categorizar y poner etiquetas.
Me siento cómoda en este mundo bien definido y delimitado que creo en mi cabeza.
El problema de las etiquetas es que limitan. Poner una etiqueta significa darle un lugar en tu mundo y, generalmente, dejarlo anclado ahí mientras el tiempo va corriendo. Muchas veces, por más que esa etiqueta quede desfasada, la seguimos manteniendo. Por tradición, costumbre, por vagos, up to u.
Lo que sucede con las etiquetas es que nos llevan a crear pensamientos que, en ocasiones, terminan convirtiéndose en creencias muy difíciles de eliminar.
Con el paso del tiempo me he propuesto no poner etiquetas a los demás. Y menos ir predicándolas a los cuatro vientos. No se me da tan mal porque, al fin y al cabo, las personas evolucionan y aquello con lo que se identificaban hace dos años puede estar obsoleto hoy en día.
Sin embargo, la tarea no está siendo tan sencilla conmigo misma. ¿O te pensabas que no me dedicaba a ponerme etiquetas y a pegarlas con el súper glue más fuerte del mercado?
Sí, no me escapo ni yo en eso de categorizar. E imagino que soy mi blanco perfecto, más sencillo y favorito. Pero esto me ha llevado un poco por el camino de la amargura. Me he puesto muchas etiquetas a partir de las cuales he ido haciendo y deshaciendo y que, al fin y al cabo, me han coartado. Definiciones que me he creído a pies juntillas sin parar a reflexionar si eran ciertas o si seguían siendo vigentes.
Siempre me he considerado una persona tímida e introvertida (conceptos que son distintos). Introvertida soy. Eso lo sé, lo acepto y no tengo problema alguno en decírselo a quién haga falta. Necesito menos interacciones sociales y más tiempo sola que una persona exrovertida. No hay más.
Nuestra sociedad exalta y venera a los extrovertidos pero la mitad de la población es introvertida. Simplemente son formas de ser.
Pero no soy tan tímida como he querido (o me he obligado a) creer siempre. Sí que en contextos sociales con mucha gente suelo ser más callada y me cuesta más relacionarme pero that’s all. Bueno eso y mi pánico tremendo a hablar en público (tema del que hablaremos detenidamente en un futuro).
Sin embargo, existen miles de contextos en los que no lo soy. Tú dame cuerda y verás. Con mis amigos, por ejemplo. O en las citas.
Por eso he empezado a despegar las etiquetas de mi vida.
Al fin y al cabo, no aportan nada y ya es eso que dicen de: aporta o aparta.