Tiene, a lo sumo, cinco minutos andando. Viernes noche de principios de diciembre. Hace frío y las calles están decoradas con luces navideñas. El contraste de temperaturas entre el metro y la calle es muy evidente.
Va muy abrigada, como siempre. Lleva unas deportivas nuevas de color borgoña que le duelen un poco y se maldice cada minuto por haber hecho esa elección.
De camino, se ha comprado unos guantes a juego con su chaqueta, pero no son el summum de la comodiad. Debe quitarse uno cada vez que quiere tocar su teléfono, cada dos minutos aproximadamente.
Va escuchando música cuando nota que la están llamando. Fuera guante.
¿Sí?
¿Dónde estás?
Llego en cinco minutos, me queda nada.
Se pone el guante de nuevo. Le ve de lejos. Está de pie haciendo círculos inconexos mirando el suelo. Levanta la mirada y la ve. Le hace un gesto a modo de saludo y ella sonríe. Tiene tantas ganas de abrazarle…
Solo les separa un semáforo en rojo. Apaga la música y se quita los auriculares. Los enrolla cuidadosamente en su teléfono, sabe que ya no volverá a consultarlo en toda la noche.
Verde. Camina los pocos metros que le quedan para reunirse con él. Le sonríe y le abraza, como siempre, pero hay algo que no marcha bien. Lo nota, lo sabe.
¿Qué te pasa?
Nada.
¿Seguro?¿Estás bien?
Tengo que contarte algo.