Corría el año 2016, un febrero frío y deprimente (básicamente como venían a ser todos los febreros antes de que empezara a irme de vacaciones al solecito made in Asia) cuando di un match que, a simple vista, parecía muy decente.
Por decente quiero decir que sus fotos eran normales, no decía nada raro, escribía medianamente bien. Nada mal.
Hablamos muy poco antes de que el muchacho me propusiera de ir a cenar.
En este punto voy a hacer dos aclaraciones:
- Ahora es bien eso de quedar con alguien pronto y no haber hablado mucho. Ahorras tiempo, energía y llevarte la desilusión del siglo si has puesto muchas esperanzas en ese match. Sin embargo, en esos momentos, no era tan bien. Desconfíe un buen rato y había algo que no me cuadraba.
- Quedar para cenar es comprometerse demasiado rato. Con una cerveza, una vez terminada, te levantas y te vas. Con una cena ya es otro cantar. Entre que te sientas, decides qué pedir, pides, te lo traen, comes, te siguen trayendo platos, que si postre, que si la cuenta, que si pagamos… DEMASIADO RATO. Si en el minuto 5 ya ves que eso no puede salir bien, ármate de paciencia.
Sin embargo, no me preguntes exactamente por qué, decidí tirarme a la piscina y probar (siempre he sido un poco kamikaze, nada nuevo bajo el sol). Y eligió muy bien el resturante, todo hay que decirlo.
La primera impresión fue buena, pero yo iba muy en mis trece que había algo raro. ¿Solución? Ponerme un poco chulita y repetirle, unas 80 veces, que si su plan era llevarme a su casa que se fuera olvidando y que podía levantarse e irse.
OBVIAMENTE me dijo que no y jijijaja con la bromita arriba y abajo. La conversación fue buena, la cena estaba muy riquiña y si hay vino, siempre estamos dentro.
Terminamos de cenar, pagamos a medias como buenos millenials que somos y fuimos a dar un paseo. Llegó el momento de irse proque era jueves ( por lo que al día siguiente se trabajaba) y el chico, muy amablemente, me dijo que me acercaba. Tenía claro que a mi casa no me iba a llevar, pero el plan (que yo pensaba que tenía tan claro como yo), era acercarme para coger un taxi y que no me costara tanto.
Me lleva en moto y, de repente, para la moto y no tengo ni remota idea de dónde estoy. Se lo pregunto y.. «oh, vaya», estamos justo en su barrio y aún más increíble justo delante de su casa (eso lo descubrí más tarde).
Pillé el cabreo del siglo. Tal como me lo dijo, le devolví el casco, giré sobre mis talones y me fui calle abajo a buscar un taxi.
El chico vino detrás, sin entender por qué me estaba enfadando. Creo que jamás lo comprendió, pero me pidió perdón varias veces por todos los canales y vías posibles. Y, muy a mi pesar porque nos discutimos un buen rato ante el taxista, me pagó el taxi a casa.
Al final con la tontería nos vimos durante bastantes meses. No eramos compatibles pero que nos quiten lo bailao.