Hoy va por ti.
Sí, por ti.
Por pasar por mi vida pisando fuerte, trastocando mis esquemas, dejándolo todo patas arriba y rompiéndome, de alguna forma, en pedazos.
Seamos sinceros. Por una vez. Perdón. Mejor dicho, seré yo quien se sincere por una vez.
Partiste mi mundo en tantos trozos que creo que algunos aún andan perdidos, aunque con el tiempo he aprendido que no los necesito todos. De hecho, alguno te lo quedaste tú y aunque lo ignores, siempre va a estar en tu cancha. Ya puedo seguir enviando misivas que decidió que estaba más a gustito en ese lado y cualquiera le dice ahora que vuelva. Obviamente (que tan mío es el obviamente, como si las cosas siempre fueran incuestionables) fuí yo la que dejé que eso sucediera en el momento que decidí entregarte una parte de mi. En algunos casos mayor y en otros menor (lo siento chicos, el reparto no fue premeditado, ni con alevosía y menos con mala leche). Te la entregué en el preciso momento en que decidií compartir contigo algo de mi, por pequeño que fuera, y a sabiendas que más tarde iba a echarla de menos. A eso se le llama crear un vínculo y en mi caso, es inevitable crearlos. Inevitable y sagrado. Un vínculo es la forma más pura de entregarte a alguien, de abrirle las puertas de ti mismo y de darle el permiso para empezar su propia investigación, revolverlo todo y crear los cortocircuitos necesarios. Y eso fue lo que creamos, aunque no llegara a enamorarme de ti ni de ningún otro. Eso sí, que no fuera el amor esperado, fue un tipo de amor. Distinto, pero fue.
Lo que acontece es que, a veces, esa exploración no termina en la aventura idílica de la mayoría de películas de hollywood. Digo a veces por decir, que siempre suena mejor; en el 99% de los casos termina catastróficamente. Y eso (n)os sucedió.
Y en ese punto ya no hay marcha atrás, por mucho que le des a la palanca.
Y aquí es donde empieza lo duro, sea anunciado o no. El dolor, las lágrimas, los porques sin respuesta, la culpabilidad y, en mi caso, los análisis exhaustivos de cada pequeño fallo cometido. Sí, me dediqué a escrutar cada detalle para encontrar(me) las taras.
Pero no he venido a contaros esto. Lo mío es mucho más sencillo y breve:
GRACIAS
Gracias por haber decidido parar al cruzarte conmigo. Por haber compartido una parte de ti; de tus sueños, de tus miedos, de tus logros, de tu historia, al fin y al cabo. Por las mañanas, tardes o noches en alguna parte. Por hacerme reír, porque estoy 99% convencida que lo hiciste. Por escuchar pero sobre todo por aguantar mi interminable lista de preguntas por hacer.
No obstante, si hay algo por lo que te quiero dar las gracias realmente es por lo que he aprendido. De ti, sí, pero mejor aún, de mi misma. Cada uno me ha enseñado algo que necesitaba aprender, me ha dado la oportunidad de verme con otros ojos, des de otra perspectiva y de superaros más bien y mejor. O no, pero esa ya es otra historia.
Y déjame decirte una última cosa; si te elegí en su momento es porque eres alguien que merece la pena. Ojalá seas tan feliz como me hiciste serlo por el tiempo que nos dedicamos.