Creo que, en un principio, eso de ir de excursión al súper parecía todo un acontecimiento e incluso me atrevería a decir que emocionante. Poder salir de casa y además, para hacer algo que realmente me gusta. Porque sí, a mi siempre me ha gustado ir al súper a pasear, buscando novedades y productos que probar.
Ahora ya no me parece tan divertido. De hecho, intento ir las mínimas veces que puedo porque, para nada, es una situación placentera.
Imagino que los primeros días era tan surrealista e impactante que… bueno, que no pasaba nada. Pero a medida que han ido pasando los días, las salidas se vuelven más tediosas.
Me entran ganas de llorar cada vez que vuelvo de la compra. Una situación tan cotidiana se ha vuelto algo extraño. Mantener las distancias, mirar hacía todas partes para evitar cualquier tipo de contacto, los guantes y todo el ritual posterior al volver a casa. Desinfectarlo todo, quitarse la ropa, ponerla a lavar y ducharse. Todo just in case.
El simple trayecto al supermercado es desalentador. Ver a todos tus vecinos con mascarillas y guantes es… triste. Pero no de patético, sino de tristeza de verdad. Y más en pleno abril, en nuestro pequeño paraíso en la costa.
Ahora empezaría lo bueno, ¿sabes? Siempre he dicho que de noviembre a marzo, aquí hay poco que ver y hacer. Estamos hivernando y preparándonos para nuestra tan querida primavera. Y ya deberías saber que es mi estación favorita porque es el inicio de todas las cosas que realmente me dan vida. Los primeros rayos de sol, los días más largos, el mar y la playa en todo su esplendor, las benditas terrazas, las cervecitas frías que tan bien nos sientan, las sandalias, los granizados (y no cualquier granizado, los mejores del mundo. Sempre fent poble), en definitiva, las ganas de comerse el mundo, vuelven a asomar.
Pero, no este año.
Este año, seguimos dormidos, en un nada plácido letargo que ni tan siquiera sabemos cuándo terminará. A mi que me dejen claro qué puedo y qué no puedo hacer, por el amor de Dios. Sobre todo, que digan específicamente si podré ir a la playa o no. Porque la operación moreno ya ha empezado en mi balcón enano pero muero por pisar la playa descalza y poner los pies en el agua.
Aunque esté congelada.